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monstruos

saer dijo o escribió alguna vez que los correctores españoles de seix barral le ponían «sólo» donde él había escrito «únicamente». y que él lo volvía a su lugar porque en el litoral nadie decía «sólo». en el río sin orillas impresiona la tolerancia de saer ante las estructuras retóricas: la arquitectura de las frases es a veces… monstruosa. si bien es cierto que su vocabulario es heterogéneo, al nivel de la estructura no parece preocuparle mucho alejarse de la oralidad. el registro oral aparece ahí como una joya incrustada, que le inyecta vida a lo que sería de otro modo una catedral vacía; pero no tiene fuerza constructiva.

el río sin orillas arranca con una parrafada que ranquea alto entre los picos de la tilinguería latinoamericana, donde la competencia no es menor. durante dos o tres páginas, saer nos comparte la angustia de participar del mundo corporativo durante once horas de vuelo. en los asientos se hacina; la música funcional lo saca de quicio; las películas le resultan infames; la comida le revuelve el estómago. nos queda el alivio de que en el 91 no hubiera sistema de entretenimiento, en cuyo caso nos hubiera sometido a otras tres páginas de minuciosa irritación. una complicidad disuelve la otra: saer se inclina sobre su cuaderno, se aísla y toma notas para su libro sobre el río de la plata; la literatura puede así ser plan de evasión, aunque sólo para el que la escribe.

cuando hablaba de política, saer era en general muy poco interesante. me da la sensación de que se imaginaba socialdemócrata, quizás a la manera europea; pero más de una vez habló bien de alfonsín, incluso cuando ya no daba. el «pero» es mío: donde socialdemocracia y alfonsín no se oponen, ahí estaba saer. también en política veía primero la estructura, donde vendrían luego a acomodarse los cuerpos.

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